Estas personas son de las que sentimos que tenemos durante esos 4 minutos y medio que podría durar un cigarrillo, la sensación de que controlamos la vida, nos reímos de ella, detenemos el tiempo, y exhalamos el humo como si fuera nuestra alma, elevándose como una paloma, nos dejamos flores delante de nuestra lapida, sin estar ahí instalada siquiera, pero desde ya las estamos oliendo, sentimos el frió de la madera, de ese cajón y no es desagradable, acariciamos el inframundo como las nubes acarician la luna, nos confiamos, nos mentimos, nos acercamos a nuestro determinado destino, escapamos y enfrentamos, son 4 minutos de ello, de castigarnos de premiarnos, de relajarnos y tensarnos, olvidamos, recordamos, inspiramos y expiramos, y a medida que el cigarro se va consumiendo es como si una mecha de dinamita fuera a llegar a extinguirse, y cuando explota, la vida se hace miserable de nuevo, hasta que la cajetilla se vuelva a abrir, el cigarro es como nuestro cuerpo, el tabaco es nuestra alma, el fuego es la muerte, y el papel nuestra carne, se pudre la carne, la muerte toca nuestra alma, hasta consumirse e irse finalmente al firmamento.
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